Sábado 18 de diciembre de 1999 La fiesta inolvidable del Chateau Carreras Fue una noche mágica. El jueves, no bien cayó el sol, 35 mil cordobeses invadieron el estadio Chateau Carreras para vibrar con la Misa criolla. El clásico del folclore nacional que, desde su creación hace 35 años, ya forma parte de la memoria colectiva de los argentinos. Para interpretarla, se reunieron nada menos que sus progenitores: allí estuvo -con la emoción jugándole malas pasadas a sus gargantas- la formación original de Los Fronterizos. Luego de 22 años sin tocar juntos, Juan Carlos Moreno, Eduardo Madeo, Gerardo López y César Isella se zambulleron en una ceremonia conmovedora, capitaneados por el verdadero papá de la criatura: Ariel Ramírez. Su hijo Facundo y un coro de 130 voces cerraron el círculo de este "regalo de Navidad" que prepararon, para celebrar sus 15 años de vida, el programa radial Juntos de LV3 y la Agencia Córdoba Cultura. Con sus trajes blancos de gauchos, el pañuelito negro atado al cuello y, por supuesto, el poncho rojo al hombro, Los Fronterizos salieron al ruedo con las piernas temblorosas y las guitarras alzadas al mejor estilo rockero. El estadio, repleto de familias, bramó al primer acorde de Recuerdos salteños. Le siguieron la bella Tonada del viejo amor y, como no podía ser de otro modo en Córdoba, volvió a andar por aquel caminito e piedra El burrito cordobés. ¿Hace falta decir que la gente cantó cada una de las canciones? ¿Hará falta decir que a nadie le importó que Los Fronte sufrieran los desajustes propios de demasiado tiempo sin pisar juntos el mismo escenario? Seguro que no. La Misa llegó, entonces, con el carnavalito del Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres, con la chacarera que Ramírez usó para rezar su Credo, con los aires pampeanos del Agnus Dei, y el carnaval del Sanctus. El soporte del grupo fue la voz agreste y poderosa de Gerardo López. Pero también la fuerza de Isella ayudó a que Moreno luciera su bajo, que aún despierta aullidos femeninos; y la voz de tenor de Madeo quien, a todas luces, fue el más conmovido del cuarteto. El fin de fiesta llegó con quince minutos de fuegos artificiales que llovieron sobre el estadio, mientras el Aleluya tronaba en los equipos de sonido y le daba la última pincelada a una noche única y, para muchos, inolvidable.